La ciudad de Valparaíso, declarada Patrimonio de la Humanidad en 2003, atraviesa hoy una crisis que va mucho más allá del deterioro visible de sus fachadas o la basura que se acumula en sus calles. La verdadera emergencia es más silenciosa y mucho más profunda: la desconexión entre sus habitantes y el sentido vivo de su patrimonio. Valparaíso está siendo abandonado no solo en lo físico, sino también en lo simbólico.
Desde su inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial, diversas instancias internacionales han advertido una carencia fundamental: la ausencia de una gestión participativa y significativa del patrimonio, que involucre realmente a la comunidad. En otras palabras, se ha privilegiado el valor estético, formal o histórico de los inmuebles, pero se ha relegado su valor de uso: su capacidad de ser habitados, significados y valorados por la ciudadanía.
¿De qué sirve conservar un edificio si permanece vacío, sin funciones, sin personas que lo vivan y resignifiquen? ¿Puede una ciudad seguir siendo Patrimonio Mundial si nadie la habita con sentido, dejando el camino libre a la degradación urbana y las incivilidades? ¿Si no existe un plan que nos permita pensar, discutir y proyectar la ciudad que queremos?
La gestión del patrimonio no puede reducirse a la conservación por la conservación. Como bien lo han planteado Josep Ballart y Jordi Tresseras, preservar edificios sin considerar sus usos sociales es, en realidad, una forma elegante de abandono. El desafío está en pensar nuevos usos para antiguos espacios, públicos y privados, sin traicionar su historia, pero abriéndolos a los desafíos del presente y a los anhelos del futuro.
Aquí es donde la prospectiva se vuelve clave: la capacidad de imaginar escenarios deseables y posibles para nuestras ciudades; de visualizar cómo podrían ser si actuamos hoy con visión, compromiso y participación real. La prospectiva no es futurología: es una forma de acción política ciudadana, una manera de anticiparse y construir colectivamente caminos viables.
Un ejemplo valioso de esta mirada es la iniciativa impulsada por el arquitecto y artista visual Gustavo Ávila González, quien, junto a un colectivo de creadores, ha propuesto resignificar el Mercado Puerto como un espacio para el arte y la cultura. No se trata de una evocación nostálgica, sino de una apuesta por devolverle el alma a un edificio que hoy sobrevive sin propósito. Es una invitación a imaginar que el arte —y con él, la vida— puede volver a habitar lo que hoy permanece olvidado, cerrado o incluso siniestrado.
Porque, al final del día, el patrimonio no consiste solo en conservar estructuras inertes o restaurar fachadas. Se trata, sobre todo, de las personas. De cómo usamos esos espacios, de cómo los comprendemos, los reinterpretamos y los hacemos nuestros. El valor patrimonial no reside únicamente en lo que fue, sino en lo que puede llegar a ser, si somos capaces de mirarlo con ojos nuevos y manos dispuestas.
Y para ello, es indispensable entender que la tarea es colectiva y coordinada. No podemos seguir tirando de la cuerda en direcciones opuestas, guiados por intereses mezquinos. Es hora de actuar de manera articulada desde todos los ámbitos: político-administrativo, científico-profesional, económico-privado y social-civil. Solo con conciencia de lo que tenemos, de lo que somos y de lo que queremos ser, será posible proyectar un mejor futuro para la ciudad.
Solo así podremos revertir el avanzado deterioro, enfrentar los riesgos, reducir las incivilidades y abordar los problemas de seguridad que hoy amenazan el corazón de Valparaíso.
Valparaíso no necesita más diagnósticos. Necesita coraje ciudadano y voluntad política para poner el patrimonio al servicio de la vida. Porque lo que no se habita, se muere.