Diciembre suele ser un mes propicio para balances. Pero este cierre de 2025 llega con una sensación conocida y, a la vez, inquietante: otra vez un cambio de gobierno, otra vez el péndulo entre derechas e izquierdas, otra vez la promesa —explícita o implícita— de ordenar un país cansado. Seguridad, inflación, desempleo, crecimiento: los síntomas se acumulan y exigen respuestas inmediatas. El problema es que llevamos al menos dos décadas gobernando síntomas y tratando de dar respuestas inmediatas, mientras los desafíos estructurales avanzan sin conducción.
No es casual que el malestar se exprese una y otra vez en elecciones disruptivas. La desconfianza en la política no surge solo por malas prácticas; surge, sobre todo, porque amplios sectores perciben que el sistema responde tarde, fragmentado y sin horizonte. Se administra el presente, pero el futuro queda huérfano. Tenemos múltiples datos que nos permiten visualizar aspectos de esta realidad.
Chile enfrenta transformaciones profundas que no caben en un período presidencial. El envejecimiento de la población es una de ellas. De acuerdo con datos oficiales del INE, hoy cerca del 14 % de la población tiene 65 años o más, mientras la tasa de fecundidad bordea 1,1 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo. Proyecciones de Naciones Unidas indican que hacia 2050 casi un tercio de la población chilena será adulta mayor. Esto tensiona pensiones, salud y cuidados, pero también obliga a repensar qué entendemos por productividad, trabajo y bienestar.
En paralelo, persiste una fragilidad estructural en nuestra matriz productiva. Chile crece, pero poco y de manera desigual. La OCDE ha advertido que la convergencia del país con economías avanzadas se estancó hace más de una década, debido a baja productividad e insuficiente inversión en innovación. El indicador es elocuente: Chile invierte en I+D cerca de 0,4 % del PIB, frente a un promedio OCDE superior al 2,7 %. Sin transformación productiva ni soberanía tecnológica, el crecimiento se vuelve frágil y dependiente de ciclos externos.
A todo esto se suma la crisis climática. El IPCC ha señalado que Chile es altamente vulnerable al cambio climático, especialmente por sequías prolongadas, incendios forestales y estrés hídrico. No es una amenaza futura: es experiencia cotidiana, con impactos directos en territorios, economías locales y cohesión social.
Pero hay un plano aún más profundo, menos visible en los indicadores y quizás más corrosivo: la crisis de sentido. El aumento sostenido de problemas de salud mental, la sensación de agotamiento, la soledad y la desafección no son solo fenómenos individuales. Son síntomas de una sociedad que ha perdido relatos compartidos sobre hacia dónde va y para qué. Cuando el futuro se percibe como amenaza —y no como posibilidad—, la vida cotidiana se vuelve pura sobrevivencia y la política se reduce a contención del malestar. No es casual que, en este contexto, proliferen discursos simples, promesas de orden inmediato y soluciones que apelan más al miedo que a la esperanza.
Esta crisis de sentido se ve agravada por la erosión de nuestra relación con la verdad. Vivimos en un ecosistema informacional donde distinguir entre lo real, lo manipulado y lo directamente inventado es cada vez más difícil. Sin un suelo mínimo de hechos compartidos, la deliberación y construcción de acuerdos se vuelve inviable y la confianza —en las instituciones, en el conocimiento experto, en el otro— se deteriora aceleradamente.
La irrupción (no regulada) de la inteligencia artificial acelera estas tensiones. No solo transforma el empleo o la productividad; transforma la forma en que conocemos y narramos el mundo. Sistemas capaces de generar textos, imágenes y relatos indistinguibles de lo humano tensionan nuestras capacidades cognitivas y éticas. La IA puede ser una herramienta extraordinaria para la adaptación climática, la salud o la gestión pública, pero sin gobernanza, alfabetización crítica y orientación de propósito público también puede amplificar sesgos, desigualdades y manipulación.
En el plano global, el contexto tampoco ofrece refugio. Tensiones geopolíticas, debilitamiento del multilateralismo y retrocesos democráticos configuran un escenario incierto. Para países como Chile, improvisar no es opción. Sin capacidades propias —científicas, tecnológicas, institucionales y también simbólicas— quedamos a merced de decisiones y relatos producidos en otros lugares.
El riesgo es evidente: seguir atrapados en ciclos cortos, discutiendo una y otra vez los mismos problemas, mientras los desafíos de fondo avanzan sin conducción. Seguridad sin cohesión social es solo contención temporal. Crecimiento sin transformación productiva es pan para hoy y precariedad para mañana. Innovación sin propósito público puede ser tan peligrosa como la inacción.
Hacerse cargo del futuro no implica desatender las urgencias del presente: Implica sostener dos tiempos a la vez. Responder a lo inmediato, pero con decisiones coherentes con un proyecto de país a 30 años. Implica reconstruir pactos —sociales, territoriales, intergeneracionales y epistémicos— hoy erosionados. Implica fortalecer instituciones capaces de pensar más allá del ciclo electoral y de integrar conocimiento científico, saberes locales y deliberación democrática.
Aquí las universidades públicas, la ciencia y la innovación con propósito público no son actores secundarios. Son parte de la infraestructura del futuro. No para entregar certezas absolutas, sino para ampliar el campo de lo posible, anticipar riesgos, formar ciudadanía crítica y sostener debates complejos cuando la tentación es simplificarlo todo.
Cerrar este 2025 exige una pregunta incómoda, pero ineludible: ¿Queremos seguir administrando el malestar o estamos dispuestos a construir un horizonte compartido? El futuro no se improvisa cuando llega. Se prepara, se discute y se cuida. Y ese trabajo —lento, incómodo y profundamente político— es el verdadero desafío de los próximos 30 años.
Columna de Anahí Urquiza, Directora de Innovación de la Universidad de Chile y Coordinadora de la Red de Innovación CUECH, publicada en Cooperativa.cl