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Opinión
 jueves,14
 catalina.morgado
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Un análisis sobre la Educación Superior en Chile para lograr entender el estado de desarrollo de las universidades públicas, necesariamente debe iniciarse con una reflexión en torno al impacto de las profundas transformaciones impuestas a partir del golpe de Estado de 1973.

Conjuntamente al quiebre democrático, este lúgubre acontecimiento dio comienzo a un proceso refundacional que introdujo la lógica del mercado como precepto político, económico, social y cultural en todas las esferas de la sociedad. En este contexto y con ocasión especial de la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, surge como reflexión connatural las afectaciones que este suceso tuvo y continúa teniendo en el desarrollo de la educación pública.

Primeramente, el régimen comenzó destruyendo el modelo de educación nacional, gratuito y público característico, y su sólido constructo del entonces “Estado Docente”. En lo consiguiente, se avanzó con el nombramiento de rectores designados, la consunción de la democracia universitaria y el fraccionamiento de robustas y prestigiosas instituciones de educación superior, como la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado, dando paso a la creación de casas de estudios pequeñas, precarizadas y sin mayor relación entre sí.

Hasta el día de hoy, nuestro país preserva un modelo donde las universidades públicas compiten en el “mercado” de la educación superior para acceder a recursos, lo que ha implicado una minimización de la presencia del Estado. Es así que, en la actualidad, las universidades estatales concentran el 26% de la matrícula universitaria y el 15% de la educación superior en su conjunto. En el mundo no existe experiencia comparada con tal paradojal lógica y asimetría, situación tan absurda como que el Estado entregue más recursos a clínicas privadas que hospitales públicos.

A pesar de todo aquello, la resiliencia de nuestras comunidades universitarias ha permitido que permanezcamos erguidas para cumplir nuestro rol con excelencia, calidad, pluralidad, diversidad e inclusión, cumpliendo la Misión que la sociedad nos ha encomendado. Formamos profesionales pertinentes para las regiones y el país, generamos, preservamos y difundimos conocimiento de excelencia, nos vinculamos con el medio, las comunidades y territorios, aportamos de manera significativa a las artes, las ciencias, la investigación, las culturas, el patrimonio, el deporte y el desarrollo integral de la sociedad.

Esta lógica de mercado solo ha precarizado la educación superior estatal de nuestro país, y ya es hora de definir cómo el Estado fortalecerá a sus universidades para devolverles el apoyo que nunca debieron perder.

 

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